martes, 4 de septiembre de 2012

Huir al campo

El cuerpo es  la cárcel del alma.
Platón.

Creo que deben de haber pasado unos tres, cuatro meses desde que terminé de pagar la última cuota. Recuerdo la sensación de poder decir que el auto ya era mío, que estaba a mi nombre y que no le debía nada a nadie. Tener un auto, manejar por rutas diversas, atravesar campos, llanuras verdes, montañas rocosas, al paso de la claridad del cielo, es una de las sensaciones más gratificantes que existen, luego del sexo.
Así que, ya en condiciones de ser dueño, arreglé todo para ir a visitar a Alejo, mi primo en Córdoba. Éste iba a ser uno de los primero viajes que tenía pensado hacer. Otro destino posible en la agenda sería el sur, completo, con jamón, queso, lechuga, tomate y huevo. El sur entero, algún día lo haré, me prometí a mí mismo.
De tal manera, , me encuentro ultimando detalles para dirigirme hacia Mina Clavero, donde Alejo ubico una grandiosa propiedad de unas casi cien hectáreas de pura vista celestial. Ya puedo decir que estoy lanzado en la ruta, en autopistas que vienen y van, ya el viaje se hace cada vez más corto. Me encuentro con la sensación de la pura libertad haciéndose agua en la boca, mientras diferentes canciones acompañan la ruta, el camino. Creedence, escucho. Creedence es una banda de ruta. También Spinetta, me emociono al escuchar al flaco, no sé. Decidí irme, solo, necesitaba pensar lejos de la ciudad, de los ruidos de las publicidades, lejos de humos ajenos, irme al campo a descansar. Huir al campo de mi primo de Alejo, pensé, luego de uno de los peajes, pensé que sería un buen título para una autobiografía, un libro, tal vez el resumen de una historia. Alejo me había dicho que pasara unos días por allá, que una vez que alunice en el terreno, jamás todo volverá a ser lo mismo. Algo así pasó. Pero, digamos, que ahora, al pensar en la impronta, en la situación, se me apersonan las sierras, las nubes que rozan las copas de los árboles, el sol que pide a gritos que te bajes y que corras al río, que tomes un fernet, y me percato que sí, que ya nada es lo mismo, que ese viaje me hizo bien. No me parece adecuado extender la explicación sobre la estadía, sobre lo que sucedió allí. Se puede resumir, digamos, en un sueño. Todo es resumible en un sueño. Era la tercera noche que me encontraba con Alejo, bajo un manto de estrellas que nos oficiaba de sábana. El dormir afuera, a la intemperie, es, a veces, mucho más seguro y a gusto que estar encerrado, entre cuatro extremidades que se convierten las casas, los hogares. Existía un susurro que me meció hasta dormirme. Era el arroyo que pasaba por detrás del terreno, en medio del campo, en la hectárea cincuenta y dos. El viento soplaba casi como un aire acondicionado, como en una oficina donde, el mismo viento, volaría resmas y resmas de papeles que nunca servirán. En éste caso, el viento mecía árboles, el viento ronroneaba y nos cantaba para que pudiéramos dormir, haciendo eco con el río, con las estrellas. Así, concilié el descanso nocturno. Empero, recuerdo una parte del sueño donde estaba encarcelado, atado, por algún crimen pero sin juicio. Tenía un collar metálico, como los collares militares que marcan tipo sanguíneo, factor, datos personales. Pero yo tenía el collar con las letras y números de la patente del auto. Luego, noté que la celda se agrandaba más y más pero las cadenas apretaban más y más. Un carcelero, un guardia se había asomado desde la reja, en una silla y me miraba a medida que hacia humo a un cigarrillo que cumplía su destino, hacerse humo. El guardia tenía un uniforme azul, reluciente, y fumaba. Noté que yo también era el guardia, que jugaba con las llaves y que pitaba interminables cigarrillos que jamás llegaban a la colilla. Después desperté, ya era de día, ya era mañana y le dije a Alejo que era hora de irme, que es mejor irse cuando todavía se está ganando.
De regreso, deshago caminos ya andados. Llego a la autopista Rosario-Córdoba. Es alucinante. Tomo el camino de regreso, sigo la autopista al sur, dejando un esplendido atardecer a las espaldas. Sí bien el cuadrante de los autovías es de grandes dimensiones, permitiendo diversas maniobras, circulaciones, etcéteras, no cuenta todavía con estaciones de servicios a su alrededor, sólo hay carteles que prometen que las harán. Entonces, voy por el kilómetro setenta y nueve, casi ochenta cuando comienzo a divisar largas filas de autos, camiones, furgonetas, transportes militares, otros de larga distancia, muchas ruedas, en fin. Me sumo a la espera, detengo el auto, mi Renault Caravelle celeste plata, modelo sesenta y seis, con algunas modificaciones, todo de colección. Venía escuchando Spinetta, ya ha cambiado la canción, el cantor, el sonido, todo. La canción que me trajo hasta acá, sí, la recuerdo. La que dice 'las almas repudian todo encierro', esa. ¿La tenés? ¿La conoces?
Bueno, no importa. Pero sí, lo que adquiere importancia es saber que hoy es el auto la cárcel del alma, del cuerpo también, no sé. Perdón sí fui más allá, no quise incomodarte. Es que el tiempo, el tiempo que estamos estacionados en esta autopista no sé cuál es, hace calor también. Hablemos de algo más, sí, mejor. Está muy lindo el  Dauphine. Vos también estás muy linda.


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Imagen de acá

5 comentarios:

  1. Sepa disculpar el/la ocasional lector/a sobre esto que acabo de crear.
    No quiero asustarlo/a, permítame excusarme.
    La historia es una ¿secuela? de 'La autopista del sur' de J. Cortazar.
    Tal vez se entendiera más si se lee lo del genial escritor primero, quizás no.
    Muchas gracias. Vuelva pronto.

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  2. Ya me resultaba conocida la historia, la parte del regreso. Creo que pocas cosas pueden equipararse a salir a pasear en un descapotable, sin importar si es un Fiat Spider 800 o una Ferrari, aunque tal vez sí, pero no sabría decirte, pq sólo tuve un Jeep, descapotable y fue el único auto que disfruté manejar en toda mi vida (aclaro que el más decente que tuve fue una Nevada)Recuerdo que hasta disfrutaba los embotellamientos. Gracias por el recuerdo. Abrazo!

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    Respuestas
    1. No tuve el agrado, todavía, de manejar un descapotable pero siento que nada puede salir mal en uno de esos.
      Lo que sí tuve fue un ford fiesta modelo noventa y cinco que me llevó a todos lados. Recuerdo que lo llevé hasta Uruguay por un día, un viaje muy raro.
      Pero manejar por las rutas con el vidrio bajo en una tardecita calurosa, es lo mejor, una de las más bellas sensaciones.
      Es lo que hay, Ato, ya que no podemos volar, hay que conformarse con sensaciones.
      Fuerte abrazo!

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    2. Por unos $1900 te podés comprar una bici-moto - Hasta 40km llega. Sería como el vuelo de una codorniz, pero es volar...;-)

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    3. Jajajajaja, los potentes motorkits.
      Recuerdo un allegado que lo tenía, es extraño dicho artefacto. No termina de ser una cosa que cambia por otra, constantemente, ad eternum.
      Y vale, claro que vale, el vuelo de codorniz será un pique corto pero todo, todo a cambio de un poco.
      Gracias por las imágenes mentales.
      Fuerte abrazo, Ato!

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