jueves, 31 de mayo de 2012

De lo que me gusta

Nos sentamos en la misma mesa de siempre. El restaurante del cual colgaban banderines de San Lorenzo y fotos de viejos tangueros, tanto amarillentas, las fotos, no los tangueros, daba cierta tonalidad hogareña, aún más en otoño, cuando las hojas de los árboles le hacían un manto a las veredas de la calle Alagón. Lo diferente del lugar era que todavía la ley antitabaco no arribo a sus puertas, dando así una atmósfera de ilegalidad, como que al entrar, uno entraba a los años noventa. Íbamos regularmente, al punto de mirar a mozos y dueños de una forma amigable, casi preguntando por la familia de cada quien. Ella pidió lo mismo de siempre, unos abundantes fusilli con salsa rosa y pan de salvado. Yo no recuerdo qué pedí, solo me acuerdo que compartimos un vino, tinto el vino, venía en un amable pingüino. Creo que no se lo veía venir pero tuve que decirlo antes de que traigan la comida, en el momento que ella miraba por la ventana, como deseando estar en otro lado, con alguien más.
-¿Cómo que te aburriste? - replicó inmediatamente. Todavía resuena en mi esa pregunta. Hace sentir cierta culpa, así, como lo dijo ella, porque lo dijo como cuando decimos las cosas con intención de que el otro sienta culpa. Así fue como lo pronunció, abriendo ampliamente su boca al pronunciar el "cómo", parpadeando despacio y dando una estocada con el mentón hacía adelante al hacer referencia a mi aburrimiento.
-Si lo decís así, suena mal. Pero, básicamente, es eso. - respondí. En ocasiones, es difícil encontrar la palabra justa para los sentimientos, para los estados de ánimo, para decir lo que nos gusta o disgusta. En el fuero interno, pensar como pensamos no suena mal, es más fácil pero, a la hora de traducir ello en sonidos entendidos como palabras, parece que estamos siendo crueles, despiadados, suena diferente, sabe a mal, como un mate amargo con agua tibia, casi fría. - Pero no es con vos, me aburro de todo, de todo lo que me gusta. - ella fingió escuchar eso. La entendí por un instante, cuando escuchamos puñales al ego nos enceguecemos y filtramos todo lo que nos quieran dar como explicación; después dejé de entenderla porque me había aburrido.
-¿Ahora me decís que no soy yo, que sos vos? Sos la peor escoria, siquiera tene la suficiente hombría como para decir qué te aburrió de mí, no soy cualquier cosa. Sos cruel, sos hiriente cuando queres. Sos un hijo de puta. Encima ahora, acá me lo decís. Sos un despropiciado, no te importa nada. - Lorena tenía cierta razón empero, ¿existe, acaso, algún lugar, momento adecuado para hablar de ciertos temas?
- Me aburrí de todo, no sé. A vos te debe de pasar lo mismo pero no lo queres decir, no lo podes decir, te entiendo. Pero es así. Me aburre como cocinas, cuando me mandas un mensaje de fingida preocupación para saber cómo estoy. Me canso esos reproches buscando peleas para salir de la rutina, de que me hables de la oficina, de temas que no me interesan, me cansé de fingir que me interesan. Me aburrió el olor de tu pelo, tu vestido verde claro y la forma en que preparas el café con leche. Hasta cuando cogemos me aburro y sé que a vos también te pasa. Es entendible, ya nos conocemos lo suficiente, no hay sorpresa, nada nuevo. - la cara de Lorena se iba transformando; mediaba entre sonrisas, algunas lágrimas y miradas a los mozos. Vi como asentaba con la cabeza al mismo tiempo que se pasaba una servilleta de papel por sobre la mejilla izquierda, en el momento que seguía enumerándole nuestras situaciones.
- Es cierto, - rió con lágrimas - ya no es lo mismo. Ahora no me arrepiento tanto el haberme garchado a Ale. - dijo con ganas de lastimar, resumiendo lo ocurrido, largandolo, equilibrando su economía psíquica. Hice un ademán con los hombros, la boca hacia abajo y levantando las cejas, buscando con la mirada al mozo para cancelar el pedido. - Me voy, Diego, busco unas cosas del departamento, luego arreglamos por lo demás. - Tomó su cartera, su saco con olor a naftalina y se marchó sin saludar, empujando la silla que dejó vacía.
Al instante, mientras miraba a través del cristal de la venta como el viento hacia pequeños rulos con hojas, papeles y tierra tras los pasos de Lorena, Mario, nuestro mozo, trajo los fusilli con salsa rosa y pan de salvado medio duro, medio rancio, el pan. Lo que yo le había pedido tenía un poco más de demora, le solicité que no lo traiga. Le pedí un poco más de queso rayado y que de postre me tenga listo un budín de pan con dulce de leche y crema. Me gusta mucho como hacen el budín de pan ahí, con agüjeritos lo hacen, como en casa.


martes, 29 de mayo de 2012

Episodio

Las reuniones, últimamente, me molestan. No todas sino esas de compromisos, reuniones que te invitan y hay que ser un decorado más, infaltable, en esa grotesca pintura social. De esos rejuntes que se asemejan más al Guernica que a otra cosa. La cosa es que fui solo, sabía que me encontraría con ellos allá; también sabía que iban a existir esos pequeños canapés durante toda la velada, que el alcohol iba a abundar bajando, así, su calidad. Vivimos apurados, tan deprisa que se reinventan formas de embriagarse lo más pronto posible. Chicas que dejan de comer y fuman mucho con un vaso en la mano, muchachos fornidos ingiriendo todo líquido que pase por delante de sus narices, percutiendo juegos didácticos amoldados por la psicopedadogía para poder tomar rápido y con escusas, como disculpándose con uno mismo.
El lugar fue en un departamento, amplio, bien decorado, paredes pintadas con colores pastel. Cortinas de humo daban la bienvenida a cada habitación, ocupada por diferentes individuos que se conocían de vista, de haber compartido un gesto, una sonrisa. Eso es que lo a veces me inquietaba. No conocía a nadie en sí pero conoces a todos. Simulábamos a ser amigos, compañeros de la vida. Contarnos proyectos, historias, fracasos como Freud se lo contó en su momento a Jung, algo así.
Decidí escaparme, escabullirme sin saludar, como el más cobarde. No recuerdo la hora, sé que paso un tiempo prudente. Había perdido a aquellos con los cuales había arribado, no veía impedimentos para retrasar mi salida. Y acá siempre pasa lo mismo. Más cliché. No, chiclets no; me refiero a eso que se usa, reusa y se vuelve a usar. Como en las películas, en las comedias románticas. Siempre esta la chica que nadie quiere, enamorada de uno que más vale perderlo que encontrarlo y, de repente, llega otro que siempre estuvo enamorada de ella y, problemas y berrinches de por medio, terminan juntos. Nos están cagando arriba de un poste con este asunto de las películas, ¿viste? Pero nosotros vamos y colmamos salas, se las encargamos al muchacho que las piratea para pasarlas a buscar la semana entrante, invitamos y nos dejamos invitar para presenciar una secuencia de hechos que conocemos. En fin, como le decía, me paso lo mismo. Para que nos entendamos un poco más, ¿nunca le paso, después de ver The Truman Show, de pensar, sentir, percibir que alguien lo seguía, que tal vez estaba siendo filmado, controlado, manejado o algo similar? ¿Eso de que tu destino estaba escrito? Digo, para seguir en corriente a lo de las películas. Sí, es una boludes de la puta madre pero alguna vez lo pensamos, es así. En realidad, pasa algo parecido, somos como actores dentro de nuestra propia obra de teatro. También somos el director y, en el peor de los casos, el espectador.
Pero, más allá, me estaba yendo, había tomado mi saco y lo deposite en el pliegue de mi brazo derecho cuando siento que me roza la mano izquierda mientras caminaba. Me pidió fuego y que la ayude a escapar de ahí. Bajamos por las escaleras porque es divertido hacerlo y más de noche. En un descanso, a mitad de camino, me pregunto con la mirada si besaba bien. Creo haberle contestado con palabras que el gusto a cigarrillo hacía contraste con la suavidad de sus labios. No me pregunto cómo me llamaba, de qué signo era, qué hacia de mi vida y por qué era tan infeliz haciéndolo. Solo pidió fuego, un poco de calor y una escapatoria.
Continuo. Llegamos al palier, inundado por una especie de neblina que acompañaba al amanecer. Con la escasa luminosidad y el silencio entrecortado, parecía un sueño o un set de filmación. Me pidió que cerrara los ojos y que apoye mi espalda sobre una columna, cerca de las escaleras. Simplemente se arrodillo y arrebato al cinto de la tarea que estaba ocupando. El placer del momento fue increíble, le digo. No quiero escatimar en adjetivos pero me gustaría ser un poco más prudente. Solo que quede registrado que fue magnánimo, un acto absolutamente egoísta capaz de repeler, tal como sucedió, toda moral o vergüenza. Usted me entenderá, ¿no hizo nunca alguna picardía por amor? ¿Acaso sus deseos carnales desataron al animal, relegando a la condición humana a un segundo plano?
¿Si la reconocería al verla? No estoy seguro, sacada de contexto no creo poder encontrarla. Todo fue muy único, realmente sui géneris. Estaba perdido, rebosaba de placer y fue ahí donde perdí el conocimiento.
Le repito, oficial, no vi quién era el otro. Sentí el golpe entre la nuca y la oreja izquierda. Cuando me despertó un vecino, me dijo que acudió a mi socorro porque sintió el golpe de mi cuerpo contra la crudeza del mármol, como si un auto se hubiese incrustado en el edificio. Para mí, que lo último que percibí fue el ruido antes de perder mi conciencia, el sonido se sintió como cuando los sueños se caen, como cuando un barco de madera golpea ante la solidez de las rocas rompeolas.
Se llevaron mi billetera, el teléfono y las llaves del auto. No, no tengo más que declarar, oficial, gracias por su tiempo.


viernes, 25 de mayo de 2012

Fin de semana

Aclaro que lo siguiente es una simple narración de la vida de un amigo, en verdad. Quisiera ser el protagonista pero méritos para él y a todo su esmero.

Fue increíble.
Con un gel terminé el fin de semana. Con uno de esos geles que guardas en el freezer, congelados, para aliviar el dolor. Sentí como minuto a minuto perdía su esplendor, su razón de ser, su característico frío. El cruel ambiente lo sacaba de su apogeo, de su esencia, lo hacía inútil, sin fuerzas, sin sentido. Luego de unos minutos ya era material en desuso, volvía a su hábitat. Feliz, pensando que su labor terminó, volvía entre las cubeteras y alguna comida para el futuro. No sabía que le esperaba un poco más, no entendía que para mí no fue suficiente, no podía remediar en un instante todo lo ocurrido. Es similar a comer en McDonalds todo el mes, todos los días y luego querer estar en forma haciendo diez minutos de bici. Es imposible. Trágicamente, imposible. Más aún porque quería la cura ya, me quería desenvolver como siempre, quería que desapareciera. Me ardía, me sentía raro, no sé, pensé hasta en ir a la guardia pero... ¿Cómo explicarlo? Uno no puede llegar y pedir atención por esto, esta el pudor, la vergüenza, el control social, la bendita moral.
No dejaba pasar siquiera sesenta segundos para corroborar el estado del gel. Lo saqué antes de que llegara a su esplendor. Dí curso a su destino, colocándolo ahí. Sí, en mi ingle.
Lo hice como si fuese la ultima vez. Como un condenado que tiene un último deseo, un último suspiro. Me sentí como en una especie de harén, te digo. No, no es que las tengo a todas pero viste como es esto. Fueron seguidillas de mensajes, como una cadena, como esos mails cadena que te envían advirtiéndote sobre algún virus, que piden tu firma para la nacionalización o privatización de algo, como esos que piden, sí, que piden algo. Fue así. No esperaba nada. Se fue dando todo. No importa las circunstancias, pasó.
Me sigue doliendo, menos ahora, pero es como una molestia, como un pequeño trozo de comida entre los dientes. O como un recuerdo asociado a un estimulo externo, como cuando percibís el perfume de ese alguien especial en otra persona, sentís que se activa una parte de tu cerebro y te trae el recuerdo, como en bandeja. Así me duele. Recuerdo, sonrío y me duele.
No, no solo fue una. Cuatro. Sí, en un fin de semana. De todas formas fue. Paso lo que tenía que pasar en cada momento. Cada una diferente. Quise que una se quedara un poco más, a otra no aguantaba más que se callara y se desnudara lentamente. Recuerdo que en un punto solo quise un abrazo sincero. En otra parte, con otra, solo quise recostarme y mirar  las sombras, acariciarla en la oscuridad. En un punto me pareció confundirme de nombre, de situación, de estado. Había mucha piel, mucho olor a humano, a humano húmedo, pegajoso. Todavía siento entre las sábanas ese pesadez de la transpiración, del movimiento de los cuerpos, de los susurros, de los silencios. Es raro porque cambié las sábanas todos los días.
Las desee a todas, en momentos diferentes, oportunos. Fue único. Fue mágico, fue repetitivo. Fue como un cuento de Borges pero un tanto más pornográfico y sin retorica. ¿Sutil? No, en ningún momento. Estuve ebrio como Bukowski, romántico de a ratos, desnudo como el David. Quise estar solo cuando tenía sus piernas entrelazadas con las mías, cuando apoyó su mejilla en el hueco de mi pecho. Qué se yo. Este gel no cura nada, no calma lo suficiente.
Sí, pensé en ella. El otro día hablamos. ¿Si era una de esas cuatro? No, ella borra las cadenas de mensajes. Es diferente.
¿Y tu finde? ¿Hiciste algo?


lunes, 21 de mayo de 2012

Migas

Le paso a un amigo de un amigo. Posta te digo. Me dijo que el otro estaba en un bar. No, un café, de los viejos, de los que parecen bares. De esos. En capital fue. Sí, un domingo casi como el de ayer. Te lo cuento así mejor.

Es en un bar. Te puedo decir que queda en una esquina. De esos bares que tienen una especie de cantero sobre la ventana, donde crecen flores, de colores las flores. Las ventanas empiezan justo después de los hombros, para mostrar cuello y rostros a la calle.
Juego con el diario mientras espero el café. Siempre me pregunté por qué tardan tanto en un café si después tiene gusto a haber sido filtrado en una media de un jugador de rugby. No importa, yo esperaba. Miraba el diario, el reloj, el teléfono, la tele, a la moza, sí, creo que miré mucho a la moza.
La miré tanto que se acerco. Me pregunto de mala gana si necesitaba algo, si había perdido algún objeto o si quería aceptarle una foto así no tenía que mover el cuello cada vez que pasaba. Acomodé el diario, todos miraban. Miré el reloj, el teléfono y la tele. Llegó el café con un vaso de soda.
Justo entro ella, como apurada. Directo fue al baño, sin preguntar. Atrás de ella, la moza recordándole que el baño es solo para clientes. Desde el fondo del bar, se escuchó que pidió un cortado en jarrito, que lo deje en alguna mesa, para uno, del lado de la ventana.
Fue sorprenderte cuan rápido le trajeron el café. Salió arreglándose el saco. Al llegar a la mesa, se lo saco. Desprolijamente, lo solto sobre el respaldo de la silla. La miré. Justo frente mío quedaba su mesa. Me miró. Hizo una mueca, un saludo ensayado con los pequeños hoyuelos que se le formaban al sonreír.
Seguí con el diario. El país mal, el mundo mal, los ciudadanos mal, el fútbol mal, hasta los chistes mal desde que se nos fue Caloi. Le pregunto a la moza dónde queda el baño de hombres, gira la cabeza y gesticula con la pera y el entrecejo. Me levanto y me dirijo al fondo del bar.
Vuelvo. Me arremangue las mangas de la camisa y acomode algún mechón ante un espejo salpicado por gotas de agua. Laura estaba sentada en mi mesa. Ah, la que pidió el café desde el baño, se llamaba Laura. Supe que se llamaba así por una pulsera en su muñeca izquierda. Te decía, estaba sentada, se sentó, en mi mesa, frente a donde estaba sentado yo. La descubrí comiendo una masita que vino con mi pedido. Me miró, sonrió y me invito a sentarme a mi asiento, a mi mesa. Y me dijo que tenía que decirme algo.
- ¡Sos el hijo de puta más grande que jamás conocí! - gritó, levantándose de la silla al mismo tiempo, corriendo hacía atrás el asiento.
Los músculos de mi cara se acomodaron para demostrar sorpresa pero no alcanzaron a conjugar todo lo que sentí y pensé en ese momento.
- ¿Perdón? No te conozco. - repliqué. Sí bien tenía un aire de una conocida, no supe quien era. Últimamente, todas las minas me parecen iguales.
- No te hagas, no. ¿Acaso no te acordas? Todo lo que hice por vos, todo lo que deje, y ahora ¿no me conoces?
- Pero... Pero...
- Pero las pelotas. Esas que te faltaron, forro. - vociferó Laura, haciendo ademanes con las manos donde estaría ubicado su escroto en caso de tenerlo. Así, llamó aún más la atención del público. - Los préstamos que me hiciste sacar, las hipotecas que estoy pagando, mierda me hiciste las tarjetas. No tenes cara, no sos un hombre, Ricardo.
- Emm... Yo me llamo Fabio.
- ... - pensó Laura. - Ah, sos igual a un conocido mío. -  y volvió a su asiento y jugó unos instantes con unas migas de una masita que dejó sin terminar.

En los cafés que frecuento no pasan estas cosas. El wi fi arruinó las novelas en vivo.



sábado, 19 de mayo de 2012

Estación

Buenos Aires, a veces, es cruel.  Llueve, se interrumpe, sale el sol, humedad siempre presente.
Se contradice también.  Tiene sus cosas.  Pero es incomprendida, por eso hace lo que se le canta, es un llamado de atención.
Anoche, frío y leve llovizna.  Todo el día gris, bien gris. El sol brilló por su ausencia.  Claro, era de noche. Y los vi, ahí, estaban ahí nomas.  Los sentí cerca.  Por supuesto que no los conozco pero no dudo en que fui ellos en algún momento atrás.
No me vieron, no servía que me vieran.  ¿Para qué notar que estaba allí?  No importaba, daba igual. Como ese todo que pasa mientra nosotros vivimos, no sabemos acerca de todo pero igual vivimos. Y, así, ellos estaban.
Tal vez tenían miles de problemas, habían discutido y recién se estaban arreglando. Él la quiso dejar. Venía con la idea desde la casa, masticando el diálogo hace semanas. La quería, no cabía dudas, pero no era para él. No lo sentía así. Esas promesas que hizo, que se hicieron, no modificaban su decisión. Se veía, a futuro, solo. Su trabajo, su casa, su perro, su comida para uno. No quería hacerle mal pero era así. Dar malas noticias no era su fuerte y, más aún, cuando la quería. Su mirada, perdida en el horizonte, preguntándose cómo lo podría hacer, no se podía resistir, al verla, de darle un beso, acariciarle el pelo, rodearla con sus brazos, no podía, la quería.
El viento soplo tomándolos por sorpresa.  La vi cuando estaba acomodándose un mechón que el viento le quiso robar. Tenía dos ojos, con ellos miraba. Pero era la mirada más linda, con parpados que se cierran despacio, con ojos que te miran hasta el fin. Poca pintura en su cara, parada sobre el cordón de la vereda, tomándolo por el cuello a él a quien amaba. No le importaba el frío, el frizz, la humedad, la espera, todo se había arreglado. Habían discutido la semana pasada, no hablaron hasta hoy. Ella lloro al verlo. Todo lo malo que pensó sobre el desapareció cuando perdió el brillo de sus labios en el más tierno beso que jamás le habían dado.
Y vi como ella lo abrazaba. Con los dos brazos, sin guardarse nada. Él preocupado en otra cosa, en su futuro, mirando por encima del hombro de ella, parado en la calle, esquivando el agua que acompaña a los cordones.
El semáforo decidió cambiar su estado de animo y avance. Ellos se quedaron, ahí, como adornos, como la foto perfecta de una situación que pasa desapercibida. Como ese todo que pasa mientra nosotros vivimos, no sabemos acerca de todo pero igual vivimos. Y, así, ellos quedaron.

A veces, esta bueno esperar el bondi.


viernes, 18 de mayo de 2012

Diferencias

¿Sabes cuál es la diferencia entre vos y yo?
Claro, no la sabes. Tampoco es para preocuparse, yo tampoco lo sé. Sé, por lo menos, que somos diferentes. No sé si al punto de lo complementario, no me trago esa basura del amor único y dos almas en búsqueda de su otra parte. Es que me parece muy ilusorio. Somos seis mil millones de personas acá, por estos pagos y vos me queres decir que justo vos que te conocí en el barrio, en un bar, en la facultad, en un trabajo, en una ascensor, por medio de un amigo, por un mail equivocado, por un libro en común, y que estamos destinados y somos lo que el otro andaba buscando.
Perdón pero no me cierra. Para mí, el amor de mi vida debe de estar cociendo zapatillas en Indonesia al cómodo valor de 5 dólares el día. O tal vez se encuentre alistándose en la Cruz Roja, partiendo en este día de lluvia a Etíopia para devolverle al mundo siquiera algo de lo que ella tomo, consiguiendo dormir plácidamente al final del día. Tal vez hasta la conocí, la habré cruzado esperando algún colectivo, me habrá atendido a la hora de hacer una compra, tal vez me escupió al encontrarme mirando sus atributos o tal vez le deba plata y por eso ni se me acerca.
No sé. Últimamente estoy pensando en que mis días van a transcurrir en plena soledad. Pero no es nada malo, no te hagas drama. El problema no es uno sino la visión que da uno en la sociedad al estar solo.  Igualmente, esto es un tanto más crítico para las mujeres. Pero a nosotros también nos pasa, créelo. Nos pasa porque ves como el resto de tus amigos van adquiriendo parejas, hijos, cumplir con la biblia. Y vos no.  Sos envidiado por algunos y sentido en pena por otros. Porque es así. En un punto, a cierta edad, se ve a mal la no conformación de un prototipo familiar. Es como un protocolo. Cumplís 30 y deberías de empezar a tener un pibe. Mínimo. Digo no, no hace falta, no quiero. Por lo menos ahora no. Y me siento bien, no me preocupa. Pero a los demás sí. Es ir en contra de la costumbre, del orden establecido de las cosas. Por eso les jode.
Entonces, un domingo cualquiera, tal vez un sábado a la noche, una mención a un cumpleañero, alguna festividad religiosa o patria que amerite el aglutinamiento de personas consanguineas o de relación política, se produce el momento. Ese espacio entre el último que esta comiendo en una mesa larga, poco ancha, un rectángulo de madera sostenido por caballetes, decorado por un mantel de finas margaritas, ese mantel que la abuela sabe cómo cuidar luego de tantas reuniones y manchas varias. Como te decía, queda un espacio entre el inicio de la sobremesa donde pende de un hilo pasar a la próxima etapa de la reunión por aquel que llego tarde y come con la pasividad e impunidad característica o por aquel que esta desde temprano comiendo y parece que seguirá hasta que ardan las velas. En ese momento, llegará una tía, una prima, la abuela o quizás la novia o esposa de alguien. Siempre pero siempre va a ser mujer.
Te pregunta, impunemente. Pero antes de la interrogación, el momento ya había sido presentido. Claro, solo  las mujeres entendieron qué iba a pasar.
Entonces vos, hombre entrado en años, saliste del lugar de la mesa de los niños para compartir tu ensalada con los grandes. Ya nadie te mira de reojo al servirte un vaso de vino, de cerveza o lo que fuere. Podes opinar, estas en edad de opinar. De todo, no importa. Siempre tenes algo que decir de fútbol, de política, de minas.  Es básico, siempre algo nuevo de lo viejo inventamos.  Pero todavía no estas tan cerca de la punta de la mesa, de ese domo invisible, repelente, hacedor de respeto.  Estas en el grupo pero un poco más alejado.  Sos el medio entre hombres y mujeres.
Y ahí esta el momento.  Sabías que iba a llegar.  Te estuviste preparando pero, como todo en la vida, no hay preparación que valga en momentos como estos. Es ahí, donde te dije, que se te acerca alguien, mujer por seguro. Tu piel se eriza, una lenta y fría brisa rosa tu cuello, tu nuca. Ves el escenario, el contexto. Hombres riendo, varios vinos bebidos. El que sigue comiendo, mirando de reojo mientras hunde la mandíbula hasta el punto de casi comerse el plato. Mujeres que levantan una parte de la mesa, chicos corriendo, pidiendo monedas para ir a comprar algo al kiosko, tal vez alguna golosina que tanto añoran, de esas que también nosotros queríamos comprar.
Se sienta al lado. Te mira con una ligera sonrisa. Haces que no la ves y tenes tu cara, tu mirada, tu atención puesta en el extremo opuesto de donde se sienta. Te acaricia el antebrazo para llamarte. Tierna, dulce y sin ánimos de reservorio. Mujeres pasan por detrás de ustedes. De pronto convergen la mayoría enrededor de este suceso, se detienen con recipientes en las manos, poniendo su visión ante vos.
Animada, jugando con las sonrisas y las comisuras de sus labios, con el volumen y tono de voz justo, suelta.
- ¿Y tu novia?
Desde el fondo, se escuchan, como en un susurro, el caer de los cubiertos del último comensal.